Una Joven

 

entre las Jóvenes

 

 

Hermana Maria Peña de la Cruz, Religiosa se María Inmaculada, vivió en plenitud el Carisma de su Fundadora, Santa Vicenta Maria López y Vicuña a quién amaba con cariño filial. Asimiló y vivió profundamente su espiritualidad:

 

  • ·        Amor incondicional a Maria,
  • ·        Búsqueda constante de la Voluntad de Dios
  • ·        Amor a Cristo en la Eucaristía,
  • ·        La Fraternidad expresada en gestos y detalles concretos,
  • ·        Un Celo incansable por las salvación y promoción de las Jóvenes humildes, sencillas , “las sin voz”.

 

Una vida exterior como la de todas, pero con una respuesta comprometida a la recibida a la que supo ser fiel en las cosas pequeñas.

Nos deja como mensaje la alegría profunda de seguir a Jesús día a día, como cristiana, y como religiosa, buscando en todo LA VOLUNTAD DE DIOS

 

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Maricota

 

Una alegre mañana de mayo de 1904 en Porto Alegre, Rio Grande do Sul, Brasil, Carlos Shreiner Haestaert, hijo de emigrantes alemanes e iglesia luterana, contrajo matrimonio con Honorina Kraemmer, católica.

 

            ¡Qué tiempos aquellos! ¡Qué vida más maravillosa! Todo entonces parecía sonreír al alma! ¡Qué futuro para la nueva familia, para la joven pareja!

            Parece que la tarde nunca iba a caer, y mucho menos que nubes negras fueran a amenazar el hogar de los Haesbaert…

 

            MARIA KRAEMMER HAESBAERT, “Maricota”, como la llamaban antes de su entrada a la vida religiosa, nació el día, el 26 de noviembre de 1915, un año después de estallar la Primera Guerra Mundial que desangró al mundo entero.

            Las epidemias empezaron a propagarse, y el padre de Maricota a los 39 años, cuando la vida le sonreía, fue víctima de la llamada epidemia “española” falleciendo en 1918.

            Dejó a su esposa con siete hijos, teniendo el mayor 10 años y el menor 7 meses. Este sufrimiento para una mujer sin fe sería una desdicha insoportable; pero para Honorina que vivía pendiente de la mano de Dios no le dio este dolor sin una esperanza grande.

 

Maricota con sólo 3 años, no era capaz de expresar en palabras, este acontecimiento tan doloroso.

La miseria de la guerra y escasez de alimentos, le afectaron los pulmones; empezó a respirar con dificultad, y el cansancio y molestias propias de esta enfermedad, no le abandonaron hasta los 18 años.

 

            Creció esbelta, delicada. Constante objeto de cuidados y protegida contra cualquier amenaza a su salud; fue criada en un ambiente de atenciones a la que era extremadamente sensible y muy agradecida. Recompensaba a sus familiares con el don de su adorable alegría y conformidad, evitando expresar quejas y en todo colaborando, con el afán de conseguir algún día la salud tan deseada.

A pesar de sentirse enferma, gozaba de una tranquilidad y desprendimiento inexplicables 

 

La figura de su madre, toda bondad y llena de fortaleza, se nos desvanece en el silencio. Es de aquella clase de mujeres, capaces de sostener el mundo en sus manos, pero sin dramatismos, simplemente en silencio.

 

La figura de Maria

 

            “Nuestra Señora, en nuestro hogar –decía Maricota- estuvo siempre presente en nuestra vida, protegiéndonos y guardándonos. Esta devoción me proporcionaba esperanza y alegría”.

            Maricota fue creciendo como una chica normal de su tiempo, dotada de una rica personalidad, amable, amistosa y sobre todo un gran don de simpatía.

 

            Después del matrimonio de su hermana Selma, Maricota fue a vivir junto su madre, a la modesta Residencia que las Religiosas de Maria Inmaculada tenían como medio de apostolado en la ciudad de Porto Alegre, en el entonces llamado barrio Gloria.

            Se iba acercando más y más la transformación que ya había comenzado, pero que siempre es lenta como el brotar de una primavera. Allí continuo su vida normal y sin mayores ocupaciones, fue posible para Maria, dedicarse a terminar sus estudios.

           

            Pertenecía a la Acción Católica como filiada a través del Centro Parroquial de Juventud Femenina Católica.

A los 23 años, hace por primera vez los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, en los que el Señor la esperaba y le dirige su llamada.

            En estos Ejercicios decide el futuro de su vida: sería Religiosa de Maria Inmaculada. Todo sucedió en silencio y de forma inesperada…

                       

“A Nuestra Señora, tengo la certeza, le debo esta gracia en primer lugar. La quiero tanto…”

 

Llamada y respuesta

 

“Siento mi corazón completamente abrasado de amor por Jesús.”

“ Desde que llegué al retiro, noto que este amor crece día a día. Oigo su LLAMAMIENTO y quiero seguirle. Sólo seré feliz junto a Él. Quiero abandonar todo: mundo, placeres, diversiones, hermanos y mi propia madre.”

 

            Había salido de los Ejercicios dispuesta a, a entregarse totalmente y decir “SI” a la invitación del Señor. Sufre con pena la separación de todo aquello, que amaba, pero a pesar de ello se entrega con la simplicidad de un niño. Al año siguiente 1938, viaja para Río de Janeiro, con el fin de ingresar en el noviciado de las Religiosas de María Inmaculada.

 

            MARIA PEÑA DE LA CRUZ es su nuevo nombre en religión.

Una connovicia nos trasmite este testimonio: “El edificio no estaba adaptado para noviciado, tampoco tenía comodidades, el calor asfixiante… poco ventilado; faltaba agua… etc. pero el buen espíritu de Hna. Peña, su alegría, su buen carácter, el estar siempre satisfecha con todo y nunca quejarse, hacía que su felicidad se comunicara a las demás”. Fue maravilloso escuchar sus palabras:

 

            “Me hice religiosa porque amo a Jesús, y estoy dispuesta a todo lo que quiera de mí, por Él y por Maria todo.”

 

La Eucaristía

 

Tampoco en su vida pasa desapercibido su intenso amor a Jesús en la Eucaristía. Escribe:

 

            “Con los propósitos que estoy haciendo en este Retiro, pienso que mi vida será muy diferente. Tengo especial devoción a Jesús Sacramentado. Siempre, en las alegrías y en las penas. En las mayores dificultades e aflicciones, es allí donde busco consolación, con una fe tal, que llego a pedir siempre a Dios que nunca me falte con ella, porque entonces no sé que sería de mi. ¡El Sagrario para mí es todo!”

“Sobre la Sagrada Eucaristía, teniendo toda mi fe en el Tabernáculo, sólo puedo tener deseos inmensos de recibir la Sagrada Comunión. La recibo todos los días, salvo aquellos en que, por un poco de escrúpulos, dejo de hacerlo por no haber podido confesarme”

“El fruto de la Comunión es la de darnos cada día nuevas fuerzas para nuevas luchas. Y tengo la certeza de que he de vencer así, recibiéndola seguidamente; mis negligencias, mis olvidos y las tentaciones del demonio, espero vencer”

 

            Todo crecimiento es un misterio: los que se deciden seguir a Jesús, están dispuestos a seguir sus pasos. ¡Pero qué desconcertante es el misterio de la gracia! A medida que se avanza, la meta está cada día más lejos.

 

            Maria Peña de la Cruz, iba tomando conciencia de sus sentimientos, de sus altibajos. Cada alma es una historia, una historia llena de contrastes, adelantos, retrocesos, vacilaciones y generosidades.

 

            “Ayúdame María a aceptar con alegría, todas las pruebas, sufrimientos, faltas de comprensión, etc. Estar siempre pronta para lo que Él quiera. En las horas de sequedad espiritual, de desánimo o de abandono, tengo que estar alerta porque Jesús vuelve.”

 

            Vivir la aventura de aquel que se entrega a Dios y es llamado a su intimidad, supone silenciar los ruidos, controlar pensamientos, movimientos que provienen de la concupiscencia. Sentirse dueño y no dominado para que se realice el verdadero encuentro con el Señor en la paz y serenidad. Sobre este punto escribe en sus anotaciones espirituales.

 

            “Líbrame de los malos pensamientos que me asaltan con tanta violencia; Madre celeste, vela por esta tu pobre hija.”

            “Quisiera estar siempre pensando en ti Jesús y en tu Madre, pero la carne es flaca…”

            “Mi Madre, no me abandones, colócame debajo de tu manto y defiéndeme de las celadas del demonio.”

            “Madre mía, modelo de pureza y humildad, hazme angelicalmente pura.”

 

            Experimentó como cualquier persona los impulsos de la carne: orgullo, vanidad, egoísmo, arrogancia… Fue una religiosa como las otras.

 

            “Quiero ser mansa no sólo en lo exterior, sino también interiormente.”

            “¿Cuándo dejaré de ser ruin?, ¿Cuándo dejaré de sentir estas guerras tan crueles que sostengo interiormente contra mi naturaleza tan orgullosa?”

            “Soy todavía bastante salvaje, como un cabrito: pataleo, grito, me quejo cuando me contrarían o no puedo hacer mis proyectos”

 

            El grano de trigo se convertirá en vida, cuando cumpla la condición de morir.

María Peña había optado por Cristo, y necesitaba convertirse; ese avanzar dificultoso del hombre hasta Dios. Un incesante “pasar” de las estructuras del “hombre viejo” hacia las “estructuras de Dios”. Conversión es un estar “pasando” del egoísmo al amor, para vivir el secreto de la fraternidad.

 

            Después de su muerte, algunas Hermanas dieron testimonio acerca de su vida.

Recogemos algunos de sus valiosos testimonios:

 

            “Era de una caridad excepcional. Cariñosa, alegre y servicial.   Para con sus hermanas tenia una caridad delicada, encontrando siempre aquello de lo que cada una necesitaba en detalles y menudencias. Dotada de mucha vivacidad e inteligencia, quería prever todo, facilitando y remediando dificultades, aunque esto le costase sacrificios. ¡Cómo procuraba dar paz y bienestar en la comunidad! Con las enfermas, tenía una delicadeza especial. Encontraba mil maneras para aliviar a todas cuando percibía preocupación o tristeza. Cómo sabía disimular los defectos de todas, y jamás nadie conseguía criticar ni murmurar a su lado. “

 

            No cabe duda que Cristo fue la inspiración de su vida; fue también su fuerza y norma moral, fue sobre todo su AMIGO. Una entrañable amistad, a pesar de la cual - aunque despierta en el alma una disposición de entrega y abandono - no es difícil o raro que al buscar la Voluntad del Ser Amado, nos encontremos con el silencio de Dios, y un largo camino de dificultades, esperanzas, desánimos.

Así se expresaba Maria Peña:

 

            “Todo lo que sucede en mi vida, a mi alrededor , bueno o malo, agradable o desagradable, es Él quien me lo envía…”

            “No puede ser buen religioso, aquel que no es obediente. Desde ahora quiero negar mi gusto y voluntad. ¡Dios mío! Cuándo seré obediente. Obediencia sin pedir explicaciones.”

            “Jesús sometía su voluntad, su iniciativa, su personalidad para obedecer al Padre a través de San José. Me confesé y acusé de soberbia, porque no me gusta obedecer a las que no son superioras y también de sentir rebeldía cuando la superiora no concuerda con mis proyectos para atraer a las chicas.”

            “Nuestra Señora querida, ayúdame a obedecer. Tú sabes cuanto me cuesta; que violencia tengo que hacer para rendir el juicio en este punto. Pero si esta es la voluntad de Dios, quiero vencerme, quiero ser ciega y obedecer…. Obedecer, obedecer siempre y en todo lo que no sea pecado.”

            Me cuesta horriblemente ceder, por lo menos con la voluntad a ciertas órdenes o a ciertas negativas de mis superioras. Si quiero dejar a Jesús contento y cumplir con mi vocación, tengo que renunciar a mi voluntad, a mi modo de ser, y a mis ilusiones o fantasías.”

 

El amor a Cristo en ella se concretó en una intensa dedicación a los demás. Amar y darse es una sola acción. Las pobres, las humildes, las marginadas, fueron las favoritas de su corazón. Sólo un corazón puro y desinteresado no se busca a sí mismo en los demás.

El día de su profesión escribió:

 

“Daré la vida por la última de las empleadas domésticas.”

“Todo por Jesús, todo por Tu amor y por el bien de las almas de nuestras empleadas domésticas. Con Jesús, tener paciencia con la ingratitud e ignorancia de aquellas con quienes trabajamos y enseñamos.”

“Nuestra vocación es enteramente “misionera”. Dios espera nuestros pequeños sacrificios, ser más constantes, mucha oración y abnegación para salvar las almas.”

Amor grande e inmenso es el amor de Dios es amor al prójimo, adaptándose a los otros, aceptándolos como son, para así poderles hacer bien.”

 

            Este era el secreto de la atracción irresistible que sentían las colegialas por la Hermana Peña de la Cruz. La razón profunda de su acción apostólica no era humana, la encontró en la contemplación y relación con el Señor Jesús. Al primer momento del fuerte encuentro con el Padre, le sucede la entrega a los hermanos.

 

            Cuando la Congregación decidió abrir una casa en la nueva capital brasileña: Brasilia, fue destinada con otras hermanas a la fundación de la misma. Estas hermanas dicen: “fue el alma de esta fundación, por su carácter emprendedor, vivo activo y sobre todo por su alegría y optimismo, entregada totalmente a la Joven humilde que llegaba a esa Capital de cristal, milagro urbanístico y arquitectónico del siglo XX.

            Y como broche de oro de esta vida sencilla, fiel y entregada, su amor a Maria de Nazaret.

Maria es una presencia constante en su vida; fue la compañera de camino, la testigo fiel de su entrega generosa, vivida día a día buscando la voluntad del Padre.

 

 

            “María Santísima, si de toda mi vida hubiesen hecho fotografías, serían centenas, en las cuales aparecería tu imagen, pues era imposible separarte de los grandes o pequeños acontecimientos de mi vida.”

 

            ¡Impresionante coincidencia! A causa de una meningitis falleció en Brasilia, el 15 de septiembre de 1963 a las 3 de la tarde en la fiesta de Nuestra Señora de los Dolores. Junto a la Cruz de Jesús estaba Maria, Madre de los Dolores, y en honor a Maria junto a la Cruz, llevó este nombre con gloria hasta la muerte.

 

            Dichosa ella que en veinticinco años, alcanzó lo que con tanto anhelo todas deseamos…

 

            MARIA PEÑA DE LA CRUZ, Ruega por nosotros.